12 octubre 2010

20 de febrero de 1934 – Crónica de un desastre. I

El guardafrenos Victoriano Bustillo Cabeza se encuentra en la garita sobre elevada empotrada en el último vagón del tren especial 1.766, son cerca de las tres de la madrugada. Mira hacia adelante, por encima del techo del tren, tratando de atisbar alguna indicación. Está inquieto, sabe que debían detenerse en la estación de Mengíbar a las dos y diez,  para dejar pasar al expreso ascendente proveniente de Sevilla. No sabe por qué no se han detenido, pero la reducción de velocidad del tren le indica que en la cabina tampoco están muy seguros. A lo lejos cree ver algo. Trata de enfocar la vista a través del humo de la chimenea en el aire frío del invierno. Al fondo, un diminuto punto de luz se balancea frenéticamente de un lado a otro, en la profunda oscuridad de la noche.

Es una señal de alarma. Victoriano sabe inmediatamente lo que va a ocurrir, introduce la cabeza por la portezuela del vagón y grita a los pasajeros: ¡Agarrarse, hay desgracia!”, mientras tira del freno de emergencia con todas sus fuerzas. El tren emite un profundo gemido mientras sus ruedas rechinan contra los raíles.  En la cabina, los maquinistas Julio Navarro Gavilán y José Delgado Alcázar están estupefactos. No vieron ninguna indicación al pasar Villanueva de la Reina, no había ninguna luz, ninguna señal. José Delgado agarra la palanca del freno y tira de ella mientras llama a los fogoneros que se encuentran en el vagón del carbón. Julio Navarro mira aterrado por la ventana, paralizado al ver cómo a unos pocos metros por delante se recorta la inmensa figura oscura de la máquina 1.763, que tira del expreso de Sevilla. En su misma vía. En dirección contraria.

En la madrugada del 20 de febrero de 1934, un tren especialmente fletado para transportar a novecientos aficionados sevillistas que se desplazaron a Madrid a presenciar el partido de fútbol entre el Sevilla FC y el Athletic Madrileño, colisionó frontalmente contra el tren regular expreso que cubría la ruta Sevilla-Madrid. El resultado fue de nueve muertos y más de cincuenta heridos. La catástrofe pudo haber tenido proporciones mucho mayores.

Cuando alrededor de las cuatro de la madrugada sonó el teléfono su casa de Linares, el Secretario del Ayuntamiento, Leonardo Castro, estaba profundamente dormido. Una voz al otro lado del teléfono le comunicó escuetamente el accidente entre dos trenes ocurrido a medio camino entre Andújar y Villanueva de la Reina. No había más detalles. Sí, había heridos. Leonardo se levantó y empezó a vestirse con la cabeza dándole vueltas. Unos minutos más tarde decidió llamar a la Guardia Civil y al Gobernador. Media hora después, un coche de la Guardia Civil partió de Villanueva de la Reina hacia el lugar del accidente.

Untitled - 1

El doctor Antonio Calderón estaba aturdido. Iba dormitando en su sillón cuando salió despedido abruptamente. Tras chocar contra los sillones delanteros, rodó por el pasillo del vagón del tren. Sentado sobre el suelo, miró alrededor tratando de ver algo en la oscuridad casi absoluta. No sabía qué había pasado, pero recordaba haberse despertado con los gritos de los pasajeros, después nada hasta que recobró el sentido. Tenía claro que era un accidente, tal vez el tren había descarrilado otra vez, tal como pasara en el trayecto de ida, a la altura de Torrelodones. Poco a poco empezó a oír gritos y lamentos que se elevaban sobre los silbidos del vapor de las máquinas y el crujir de las tablas.

Se levantó y tras palparse brazos y piernas comprobó que no estaba herido. Con cuidado, recorrió los escasos metros hasta la puerta del vagón, tropezando con maletas, bultos e incluso con algunos pasajeros que aún estaban en el suelo. No eran muchos, tal como pudo ver, la mayoría del pasaje se abalanzaba hacia las puertas tratando de huir del tren. Empezaba a cundir el pánico; los pasajeros que conseguían abandonar el coche huían corriendo por el campo, en una oscuridad casi total.

Antonio Calderón descendió del vagón y avanzó lentamente en dirección hacia la máquina. Los gritos y lamentos llenaban el frío aire de febrero. Unos metros más adelante se quedó petrificado: El tren había impactado de frente contra otro tren que circulaba en dirección contraria. Las dos máquinas estaban literalmente soldadas una a la otra, en un macabro beso entre hierros incandescentes. La brutal desaceleración había destrozado los tres primeros vagones del especial, sobre todo el de tercera clase, prácticamente desintegrado; el techo había desaparecido y las paredes se habían despezado como si fuesen de papel.

Untitled - 3 

Su instinto de médico le condujo hacia el vagón más dañado, allí estarían los heridos que con toda seguridad se habrían producido. La escena era dantesca. En el suelo del destrozado coche yacían personas ensangrentadas, inconscientes o pidiendo ayuda, envueltas en hierros y astillas. La vía y el terraplén estaban cubiertos de tablones, herrajes y restos de todo tipo. Durante unos segundos observó consternado cómo una mujer en estado de shock gritaba con todas sus fuerzas para que ayudaran a su hija, atrapada entre los sillones. La mujer sangraba por la heridas causadas al saltar del tren poco antes del impacto. Un joven, también herido, trataba de liberar a la niña haciendo palanca con un tablón, ayudado por un guardia civil.

Antonio decidió volver a su vagón a tratar de recuperar el botiquín que llevaba en su maleta. Los pasajeros que huyeron del tren empezaban a regresar, algunos de ellos encendían fogatas para protegerse del frío, utilizando como como combustible los restos de los vagones. A su regreso se cruzó con el subjefe de la compañía ferroviaria, Ramón Peña, que se había cubierto completamente de polvo negro al desenterrar al fogonero Antonio Pavón con sus propias manos. Todo el carbón del ténder se había desplazado hacia adelante sepultando literalmente al fogonero. Ahora portaba una camilla y algunos utensilios de primeros auxilios, todo lo que había podido rescatar del botiquín del tren, que al estar situado en el primer vagón, había quedado prácticamente destrozado.

tren

Entre las personas que auxiliaban a los heridos, Antonio pudo ver al doctor Vilches, que atendía a la niña que el joven y el guardia civil había conseguido liberar. Tenía una herida en la cabeza que sangraba profusamente, aunque no parecía ser de gravedad. Los pasajeros empezaban a colaborar; poco a poco se fueron organizando para retirar a los heridos utilizando los sillones del tren como improvisadas camillas. Entre ellos se encontraba el maquinista Julio Navarro. Asomarse a la puerta de la cabina para ver venir al expreso le había salvado la vida. Había salido despedido contra las vías, rompiéndose el brazo izquierdo, y tenía erosiones y magulladuras por todo el cuerpo. Pero estaba vivo.

07 octubre 2010

Fuentes de desinformación

Una vez más, el señor José Fuentes, representante de Luis Fabiano, vuelve a las andadas. Ya le conocemos de sobra. Hace años que juega al mismo juego: cada vez que Luis Fabiano está un par de convocatorias en el banquillo, aparece soltando un exabrupto que él mismo se encarga de desmentir categóricamente al día siguiente.

Siempre viene a ser lo mismo, si no juega habrá que buscar una salida. Debe pensar que los sevillistas estamos en Babia o que somos tontos; si hubiese encontrado una salida, cosa que lleva buscando desde hace años, Luis Fabiano se habría ido hace tiempo.

Resulta llamativo que por el “nueve de Brasil” todavía no haya llegado una oferta medianamente decente en todos estos años. Tal vez los grandes equipos saben que para que Luis Fabiano llegara  a un nivel alto hubo que aguantar muchos meses de sequía goleadora, apatía, indolencia y a una persona que parece estar en constante batalla consigo mismo. Una mentalidad extremadamente frágil que lo hace deprimirse y sentirse infeliz cuando no juega.

Cualquier jugador profesional se siente igualmente infeliz en el banquillo, pero su profesionalidad y competitividad les obliga a rebelarse y esforzarse más para conseguir un puesto de titular. Si a un jugador que esté en el banquillo se le pregunta por su situación, responderá que no está cómodo pero que el míster decide y que a él solo le queda trabajar para recuperar un puesto en el equipo titular.

Este no es el caso de Luis Fabiano. Tal vez espere que el Sevilla vuelva a tener la paciencia que tuvo al principio, cosa que no va a pasar sencillamente porque este Sevilla está a años luz del equipo al que llegó el brasileño hace cinco temporadas. Entonces prácticamente no tenía competencia; ahora tiene mucha, y muy buena.luis-fabiano

Quizá el señor Fuentes debería tener en cuenta que Luis ya no tiene edad para el gran fichaje de su vida (me refiero a la vida de José Fuentes), que ningún club de mayor nivel futbolístico que el Sevilla, que son muy pocos hoy en día, va a hacer un esfuerzo por su fichaje. Mejor sería que aconsejara a su representado que se esfuerce, que se gane el puesto en el campo y que aproveche su flamante renovación para dar todo lo que pueda a un club que lo ha llevado a la titularidad con Brasil, nada menos. Sin el Sevilla, Luis Fabiano habría vuelto a Brasil hace ya varias temporadas.

Luis es un formidable delantero, pero el apoyo y afecto del que goza aquí, difícilmente lo va a encontrar en otro sitio. Desde luego no el Tottenham o en la Juventus, gente que no lo conoce y que, en cuanto desaparezca en un par de partidos, lo van a mandar a la grada.

Dentro de pocos días, Luis cumplirá treinta años. Quizá sea hora de que su representante acepte de una vez que su próximo fichaje, de haberlo, será en Qatar o Estados Unidos, antes de retirarse del fútbol. Si consigue colocarlo en algún club menor, lo único que va a conseguir es adelantar ese final, aunque aún pueda sacarle algunos euros.

01 octubre 2010

Las tribulaciones de un pobre hombre

Maldita sea mi suerte. Cómo han podido ganar en Dortmund, cómo se puede tener tanta suerte.

Cada vez que están a punto de caer se levantan de nuevo, es desesperante. Todo el día de ayer escribiendo el artículo; lo había bordado. Sólo me faltaba poner el resultado. Y van y ganan.

Ahora tengo que escribir otro, con lo bien que me había quedado la metáfora del cuento del Mago de Oz: Del Nido el león cobarde, Monchi el Hombre de Hojalata… Me daba mala espina este entrenador, éste sabe lo que hace. Dos entrenamientos y ayer ya tenían las líneas más juntas y mucho mejor criterio en el centro del campo. Si esto así con dos entrenamientos, me espera un temporada buena este año.

Como la pasada, “ese lastre de Del Nido y Monchi”, había escrito, y va el niñato ese y marca en el descuento. Y luego ganan la Copa. “Temporada aciaga por la incompetencia de los dirigentes”. Champions y campeones de Copa. Me voy a volver loco.

Este artículo tan brillante a la basura. Otro más. “Ese clon de Mosquera desahuciado de mil y un equipos”, tenía para Cáceres. Vaya defensa que se han sacado de la manga. Y por cuatro duros.

“Una sombra del que fue, se arrastra por el área por los achaques de la edad”. El portero ese va a estar haciendo paradones hasta los cincuenta.

Esta vez creo que hasta tenía los signos de puntuación correctamente situados. Por una vez. Me vino a la memoria el tiempo en la universidad, aquellos principios de imparcialidad, objetividad, contrastar noticias. Todavía recuerdo las carcajadas de mis primeros compañeros cuando les hablaba de esto, en mi primer trabajo como periodista. Qué inocente era.

No voy a cambiarlo todo a estas horas. Voy a parchearlo un poco y lo subo como está. Se van a reír de mí, lo sé. Pero al fin y al cabo llevan toda la vida cachondeándose de mi, ya qué mas da.